Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Entendido; no lo olvidaré... Está usted temblando... No se
preocupe, amigo mío: se cumplirán sus deseos. Pasee usted, pero
sin rebasar los límites... Ahora voy a hacerle un último ruego
-añadió bajando la voz-. Es un punto un poco delicado pero
importante. En el caso, a mi juicio sumamente improbable de que
en estas cuarenta y ocho o cincuenta horas le asalte la idea de
poner fin a todo esto de un modo poco común, en una palabra,
quitándose la vida (y perdone esta absurda suposición), tenga la
bondad de dejar escrita una nota; dos líneas, nada más que dos
líneas, indicando el lugar donde está la piedra. Esto será lo más
noble... En fin, hasta más ver. Que Dios le inspire.
Porfirio salió, bajando la cabeza para no mirar al joven. Éste se
acercó a la ventana y esperó con impaciencia el momento en que,
según sus cálculos, el juez de instrucción se hubiera alejado un
buen trecho de la casa.
Entonces salió él a toda prisa.
III
Quería ver cuanto antes a Svidrigailof. Ignoraba sus propósitos,
pero aquel hombre tenía sobre él un poder misterioso. Desde que
Raskolnikof se había dado cuenta de ello, la inquietud lo
consumía. Además, había llegado el momento de tener una
explicación con él.
Otra cuestión le atormentaba. Se preguntaba si Svidrigailof
habría ido a visitar a Porfirio.
Raskolnikof suponía que no había ido: lo habría jurado. Siguió
pensando en ello, recordó todos los detalles de la visita de Porfirio
y llegó a la misma conclusión negativa. Svidrigailof no había
visitado al juez, pero ¿tendría intención de hacerlo?
También respecto a este punto se inclinaba por la negativa. ¿Por
qué? No lograba explicárselo. Pero, aunque se hubiera sentido
capaz de hallar esta explicación, no habría intentado romperse la
cabeza buscándola. Todo esto le atormentaba y le enojaba a la
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 562