Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
sincero. Sin embargo, no olvide esto: el tiempo le dirá si soy un
hombre vil o un hombre leal.
-¿Cuándo piensa usted mandar que me detengan?
-Puedo concederle todavía un día o dos de libertad. Reflexione,
amigo mío, y ruegue a Dios. Esto es lo que le interesa, créame.
-¿Y si huyera? -preguntó Raskolnikof con una sonrisa extraña.
-No, usted no huirá. Un mujik huiría; un revolucionario de los de
hoy, también, pues se le pueden inculcar ideas para toda la vida.
Pero usted ha dejado de creer en su teoría. ¿Para qué ha de huir?
¿Qué ganaría usted huyendo? Y ¡qué vida tan horrible la del
fugitivo! Para vivir hace falta una situación determinada, fija, y
aire respirable. ¿Encontraría usted ese aire en la huida? Si huyese
usted, volvería. Usted no puede pasar sin nosotros. Si lo hiciera
encarcelar, para un mes o dos, por ejemplo, o tal vez para tres,
un buen día, téngalo presente, vendría usted de pronto y
confesaría. Vendría usted aun sin darse cuenta. Estoy seguro de
que decidirá usted someterse a la expiación. Ahora no me cree
usted, pero lo hará, porque la expiación es una gran cosa, Rodion
Romanovitch. No se extrañe de oír hablar así a un hombre que ha
engordado en el bienestar. El caso es que diga la verdad..., y no
se burle usted. Estoy profundamente convencido de lo que acabo
de decirle. Mikolka tiene razón. No, usted no huirá, Rodion
Romanovitch.
Raskolnikof se levantó y cogió su gorra. Porfirio Petrovitch se
levantó también.
-¿Va usted a dar una vuelta? La noche promete ser hermosa.
Aunque a lo mejor hay tormenta... Lo cual seria tal vez preferible,
porque así se refrescaría la atmósfera.
-Porfirio Petrovitch -dijo Raskolnikof en tono seco y vehemente-,
que no le pase por la imaginación que le he hecho la confesión
más mínima. Usted es un hombre extraño, y yo sólo le he
escuchado por curiosidad. Pero no he confesado nada,
absolutamente nada. No lo olvide.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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