Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
los golpes que daban en la puerta, sino que, en su delirio, se dejó
llevar de un deseo irresistible de volver a sentir el mismo terror, y
fue a la casa para tirar del cordón de la campanilla... En fin,
carguemos esto en la cuenta de la enfermedad. Pero hay otro
detalle importante, y es que el asesino, a pesar de su crimen, se
considera como una persona decente y desprecia a todo el
mundo. Se cree algo así como un ángel infortunado. No, mi
querido Rodion Romanovitch, Mikolka no es el culpable.
Estas palabras, después de las excusas que el juez había
presentado, sorprendieron e impresionaron profundamente a
Raskolnikof, que empezó a temblar de pies a cabeza.
-Pero..., entonces... -preguntó con voz entrecortada-, ¿quién es
el asesino?
Porfirio Petrovitch se recostó en el respaldo de su silla. Su
semblante expresaba el asombro del hombre al que acaban de
hacer una pregunta insólita.
-¿Que quién es el asesino? -exclamó como no pudiendo dar
crédito a sus oídos-. ¡Usted, Rodion Romanovitch! -Y añadió en
voz baja y en un tono de profunda convicción-: Usted es el
asesino.
Raskolnikof se puso en pie de un salto, permaneció asi un
momento y se volvió a sentar sin pronunciar palabra. Ligeras
convulsiones sacudían los músculos de su cara.
-Sus labios vuelven a temblar como el otro díà -dijo Porfirio
Petrovitch en un tono de cierto interés-. Creo que no me ha
comprendido usted, Rodion Romanovitch -añadió tras una pausa-.
Ésta es la razón de su sorpresa. He venido para explicárselo todo,
pues desde ahora quiero llevar este asunto con franqueza
absoluta.
-Yo no soy el culpable -balbuceó Raskolnikof, defendiéndose
como el niño al que sorprenden haciendo algo malo.
-Sí, es usted y sólo usted -replicó severamente el juez de
instrucción.
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