Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Los dos callaron. Este silencio, en el que había algo extraño, se
prolongó no menos de diez minutos.
Raskolnikof, con los codos en la mesa, se revolvía el cabello con
las manos. Porfirio Petrovitch esperaba sin dar la menor muestra
de impaciencia. De pronto, el joven dirigió al magistrado una
mirada despectiva.
-Vuelve usted a su antigua táctica, Porfirio Petrovitch. ¿Nose
cansa usted de emplear siempre los mismos procedimientos?
-¿Procedimientos? ¿Qué necesidad tengo de emplearlos ahora?
La cosa cambiaría si habláramos ante testigos. Pero estamos
solos. Yo no he venido aquí a cazarle como una liebre. Que
confiese usted o no en este momento, me importa muy poco. En
ambos casos, mi convicción seguiría siendo la misma.
-Entonces, ¿por qué ha venido usted? -preguntó Raskolnikof sin
ocultar su enojo-. Le repito lo que le dije el otro día: si usted me
cree culpable, ¿por qué no me detiene?
-Bien; ésa, por lo menos, es una pregunta sensata y la
contestaré punto por punto. En primer lugar, le diré que no me
conviene detenerle en seguida.
-¿Qué importa que le convenga o no? Si está usted convencido,
tiene el deber de hacerlo.
-Mi convicción no tiene importancia. Hasta este momento sólo se
basa en hipótesis. ¿Por qué he de darle una tregua haciéndolo
detener? Usted sabe muy bien que esto sería para usted un
descanso, ya que lo pide. También podría traerle al hombre que le
envié para confundirle. Pero usted le diría: « Eres un borracho.
¿Quién me ha visto contigo? Te miré simplemente como a un
hombre embriagado, pues lo estabas.» ¿Y qué podría replicar yo a
esto? Sus palabras tienen más verosimilitud que las del otro, que
descansan únicamente en la psicología y, por lo tanto,
sorprenderían, al proceder de un hombre inculto. En cambio,
usted habría tocado un punto débil, pues ese bribón es un
bebedor empedernido. Ya le he dicho otras veces que estos
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 556