Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Di por descontado los resultados más sorprendentes. Dirigía mis
golpes a su carácter, Rodion Romanovitch, a su carácter sobre
todo. Le confieso que confiaba demasiado en usted mismo.
-Pero ¿por qué me cuenta usted todo esto? -gruñó Raskolnikof,
sin darse cuenta del alcance de su pregunta.
«¿Me creerá acaso inocente?», se preguntó con el pensamiento.
-¿Que por qué le cuento todo esto? Yo he venido a darle una
explicación. Considero que esto es un deber sagrado para mí.
Quiero exponerle con todo detalle el proceso de mi aberración. Le
sometí a usted a una verdadera tortura, Rodion Romanovitch,
pero no soy un monstruo. Pues me hago cargo de lo que debe
experimentar una persona desgraciada, orgullosa, altiva y poco
paciente, sobre todo poco paciente, al verse sometida a una
prueba semejante. Le aseguro que le considero como un hombre
de noble corazón y, hasta cierto punto, como un hombre
magnánimo, aunque no me sea posible compartir todas sus
opiniones. Juzgo como un deber hacerle cierta declaración en el
acto, pues no quiero que usted forme un juicio falso.
»Cuando empecé a conocerle, se despertó en mí una verdadera
simpatía hacia usted. Esta confesión le hará tal vez reír. Pues
bien, ríase: tiene usted perfecto derecho. Sé que usted, en
cambio, sintió desde el primer momento una viva antipatía hacia
mí. Bien es verdad que yo no tengo nada que pueda hacerme
simpático; pero, cualquiera que sea su opinión sobre mí, puedo
asegurarle que deseo con todas mis fuerzas borrar la mala
impresión que le produje, reparar mis errores y demostrarle que
soy un hombre de buen corazón. Le estoy hablando sinceramente,
créame.
Pronunciadas estas palabras, Porfirio Petrovitch se detuvo con un
gesto lleno de dignidad, y Raskolnikof se sintió dominado por un
nuevo terror. La idea de que el juez de instrucción le creía
inocente le sobrecogía.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 548