Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
cojera y su único ojo sano, y que tenía un aspecto extraño con sus
patillas y cabellos tiesos; después su mujer, cuyo semblante tenía
una expresión de espanto, y en pos de ellos algunos de sus niños,
cuyas caras reflejaban un estúpido estupor. Entre toda esta
multitud apareció de pronto el señor Svidrigailof. Raskolnikof le
contempló con un gesto de asombro. No comprendía de dónde
había salido: no recordaba haberlo visto entre la multitud.
Se habló de llamar a un médico y a un sacerdote. El funcionario
murmuró al oído de Raskolnikof que la medicina no podía hacer
nada en este caso, pero no por eso dejó de aprobar la idea de que
se fuera a buscar un doctor. Kapernaumof se encargó de ello.
Entre tanto, Catalina Ivanovna se había reanimado un poco. La
hemorragia había cesado. La enferma dirigió una mirada llena de
dolor, pero penetrante, a la pobre Sonia, que, pálida y
temblorosa, le limpiaba la frente con un pañuelo. Después pidió
que la levantaran. La sentaron en la cama y le pusieron
almohadas a ambos lados para que pudiera sostenerse.
-¿Dónde están los niños? -preguntó con voz trémula-. ¿Los has
traído, Polia? ¡Los muy tontos! ¿Por qué habéis huido? ¿Por qué?
La sangre cubría aún sus delgados labios. La enferma paseó la
mirada por la habitación.
-Aquí vives, ¿verdad, Sonia? No había venido nunca a tu casa, y
al fin he tenido ocasión de verla.
Se quedó mirando a Sonia con una expresión llena de amargura.
-Hemos destrozado tu vida por completo... Polia, Lena, Kolia,
venid... Aquí están, Sonia... Tómalos... Los pongo en tus manos...
Yo he terminado ya... Se acabó la fiesta... Acostadme... Dejadme
morir tranquila.
La tendieron en la cama.
-¿Cómo? ¿Un sacerdote? ¿Para qué? ¿Es que a alguno de ustedes
les sobra un rublo...? Yo no tengo pecados... Dios me perdonará...
Sabe lo mucho que he sufrido en la vida... Y si no me perdona,
¿qué le vamos a hacer?
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 529