Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
timidez y no se apartaba de ella. Procuraba ocultarle sus lágrimas;
sospechaba que su madre no estaba en su juicio, y se sentía
aterrada al verse en la calle, en medio de aquella multitud. En
cuanto a Sonia, se había acercado a su madrastra y le suplicaba
llorando que volviera a casa. Pero Catalina Ivanovna se mostraba
inflexible.
-¡Basta, Sonia! -exclamó, jadeando y sin poder continuar a causa
de la tos- No sabes lo que me pides. Pareces una niña. Ya lo he
dicho que no volveré a casa de esa alemana borracha. Que todo el
mundo, que todo Petersburgo vea mendigar a los hijos de un
padre noble que ha servido leal y fielmente toda su vida y que ha
muerto, por decirlo así, en su puesto de trabajo.
Aquel trastornado cerebro había urdido esta fantasía, y Catalina
Ivanovna creía en ella ciegamente.
-Que ese bribón de general vea esto. Además, tú no te das
cuenta de una cosa, Sonia. ¿De dónde vamos a sacar ahora la
comida? Ya te hemos explotado bastante y no quiero que esto
continúe...
En esto vio a Raskolnikof y corrió hacia él.
-¿Es usted, Rodion Romanovitch? Haga el favor de explicarle a
esta tonta que la resolución que he tomado es la más
conveniente. Bien se da limosna a los músicos ambulantes. A
nosotros nos reconocerán en seguida: verán que somos una
familia noble caída en la miseria, y ese detestable general será
expulsado del ejército: ya lo verá usted. Iremos todos los días a
pedir bajo sus ventanas. Y cuando pase el emperador, me arrojaré
a sus pies y le mostraré a mis hijos. «Protéjame, señor», le diré.
Es un hombre misericordioso, un padre para los huérfanos, y nos
protegerá, ya lo verá usted. Y ese detestable general... Lena,
tenez-vous droite . Tú, Kolia, vas a volver a bailar en seguida.
Pero ¿por qué lloras? ¿De qué tienes miedo, so tonto? Señor, ¿qué
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