Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Presentía largos y mortales años colmados de esta fría y
espantosa ansiedad. Generalmente era al atardecer cuando tales
sensaciones cobraban una intensidad obsesionante.
:Con estos estúpidos trastornos provocados por una puesta de
sol -se dijo malhumorado- es imposible no cometer alguna
tontería. Uno se siente capaz de ir a confesárselo todo no sólo a
Sonia, sino a Dunia.»
Oyó que le llamaban y se volvió. Era Lebeziatnikof, que corría
hacia él.
-Vengo de su casa. He ido a buscarle. Esa mujer ha hecho lo que
se proponía: se ha marchado de casa con los niños. A Sonia
Simonovna y a mí nos ha costado gran trabajo encontrarla.
Golpea con la mano una sartén y obliga a los niños a cantar. Los
niños lloran. Catalina Ivanovna se va parando en las esquinas y
ante las tiendas. Los sigue un grupo de imbéciles. Venga usted.
-¿Y Sonia? -preguntó, inquieto, Raskolnikof, mientras echaba a
andar al lado de Lebeziatnikof a toda prisa.
-Está completamente loca... Bueno, me refiero a Catalina
Ivanovna, no a Sonia Simonovna. Ésta está trastornada, desde
luego; pero Catalina Ivanovna está verdaderamente loca, ha
perdido el juicio por completo. Terminarán por detenerla, y ya
puede usted figurarse el efecto que esto le va a producir. Ahora
está en el malecón del canal, cerca del puente de N., no lejos de
casa de Sonia Simonovna, que está cerca de aquí.
En el malecón, cerca del puente y a dos pasos de casa de Sonia
Simonovna,
había
una
verdadera
multitud,
formada
principalmente por chiquillos y rapazuelos. La voz ronca y
desgarrada de Catalina Ivanovna llegaba hasta el puente. En
verdad, el espectáculo era lo bastante extraño para atraer la
atención de los transeúntes. Catalina Ivanovna, con su vieja bata
y su chal de paño, cubierta la cabeza con un mísero sombrero de
paja ladeado sobre una oreja, parecía presa de su verdadero
acceso de locura. Estaba rendida y jadeante. Su pobre cara de
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