Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Como no tiene ningún instrumento de música, está dispuesta a
llevarse una cubeta para golpearla a manera de tambor. No quiere
escuchar a nadie. Ustedes no se pueden imaginar lo que es
aquello.
Lebeziatnikof habría seguido hablando de cosas parecidas y en el
mismo tono si Sonia, que le escuchaba anhelante, no hubiera
cogido de pronto su sombrero y su chal y echado a correr.
Raskolnikof y Lebeziatnikof salieron tras ella.
-No cabe duda de que se ha vuelto loca -dijo Andrés Simonovitch
a Raskolnikof cuando estuvieron en la calle-. Si no lo he
asegurado ha sido tan sólo para no inquietar demasiado a Sonia
Simonovna. Desde luego, su locura es evidente. Dicen que a los
tísicos se les forman tubérculos en el cerebro. Lamento no saber
medicina. Yo he intentado explicar el asunto a la enfermera, pero
ella no ha querido escucharme.
-¿Le ha hablado usted de tubérculos?
-No, no; si le hubiera hablado de tubérculos, ella no me habría
comprendido. Lo que quiero decir es que, si uno consigue
convencer a otro, por medio de la lógica, de que no tiene motivos
para llorar, no llorará. Esto es indudable. ¿Acaso usted no opina
así?
-Yo creo que si tuviera usted razón, la vida sería demasiado fácil.
-Permítame. Desde luego, Catalina Ivanovna no comprendería
fácilmente lo que le voy a decir. Pero usted... ¿No sabe que en
Paris se han realizado serios experimentos sobre el sistema de
curar a los locos sólo por medio de la lógica? Un doctor francés,
un gran sabio que ha muerto hace poco, afirmaba que esto es
posible. Su idea fundamental era que la locura no implica lesiones
orgánicas importantes, que sólo es, por decirlo así, un error de
lógica, una falta de juicio, un punto de vista equivocado de las
cosas. Contradecía progresivamente a sus enfermos, refutaba sus
opiniones, y obtuvo excelentes resultados. Pero como al mismo
tiempo utilizaba las duchas, no ha quedado plenamente
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