CRIMEN Y CASTIGO - FIÓDOR DOSTOYEVSKI | Page 516

Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski -¡Sí, sí! Allí estaban los dos, tristes y abatidos, como náufragos arrojados por el temporal a una costa desolada. Raskolnikof miraba a Sonia y comprendía lo mucho que lo amaba. Pero -cosa extraña- esta gran ternura produjo de pronto al joven una impresión penosa y amarga. Una sensación extraña y horrible. Había ido a aquella casa diciéndose que Sonia era su único refugio y su única esperanza. Había ido con el propósito de depositar en ella una parte de su terrible carga, y ahora que Sonia le había entregado su corazón se sentía infinitamente más desgraciado que antes. -Sonia -le dijo--, será mejor que no vengas a verme cuando esté encarcelado. Ella no contestó. Lloraba. Transcurrieron varios minutos. De pronto, como obedeciendo a una idea repentina, Sonia preguntó: -¿Llevas alguna cruz? Él la miró sin comprender la pregunta. -No, no tienes ninguna, ¿verdad? Toma, quédate ésta, que es de madera de ciprés. Yo tengo otra de cobre que fue de Lisbeth. Hicimos un cambio: ella me dio esta cruz y yo le regalé una imagen. Yo llevaré ahora la de Lisbeth y tú la mía. Tómala -suplicó-. Es una cruz, mi cruz... Desde ahora sufriremos juntos, y juntos llevaremos nuestra cruz. -Bien, dame -dijo Raskolnikof. Quería complacerla, pero de pronto, sin poderlo remediar, retiró la mano que había tendido. -Más adelante, Sonia. Será mejor. -Sí, será mejor --dijo ella, exaltada-. Te la pondrás cuando empiece tu expiación. Entonces vendrás a mí y la colgaré en tu cuello. Rezaremos juntos y después nos pondremos en marcha. En este momento sonaron tres golpes en la puerta. -¿Se puede pasar, Sonia Simonovna? -preguntó cortésmente una voz conocida. StudioCreativo ¡Puro Arte! Página 515