Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Tu vida será un martirio -dijo la joven, tendiendo hada él los
brazos en una súplica desesperada.
-Tal vez me haya calumniado a mí mismo -dijo, absorto y con
acento sombrío-. Acaso soy un hombre todavía, no un gusano, y
me he precipitado al condenarme. Voy a intentar seguir luchando.
Y sonrió con arrogancia.
-¡Pero llevar esa carga de sufrimiento toda la vida, toda la
vida...!
-Ya me acostumbraré -dijo Raskolnikof, todavía triste y
pensativo.
Pero un momento después exclamó:
-¡Bueno, basta de lamentaciones! Hay que hablar de cosas más
importantes. He venido a decirte que me siguen la pista de cerca.
-¡Oh! -exclamó Sonia, aterrada.
-Pero ¿qué te pasa? ¿Por qué gritas? Quieres que vaya a
presidio, y ahora te asustas. ¿De qué? Pero escucha: no me
dejaré atrapar fácilmente. Les daré trabajo. No tienen pruebas.
Ayer estuve verdaderamente en peligro y me creí perdido, pero
hoy el asunto parece haberse arreglado. Todas las pruebas que
tienen son armas de dos filos, de modo que los cargos que me
hagan no puedo presentarlos de forma que me favorezcan,
¿comprendes? Ahora ya tengo experiencia. Sin embargo, no podré
evitar que me detengan. De no ser por una circunstancia
imprevista, ya estaría encerrado. Pero aunque me encarcelen,
habrán de dejarme en libertad, pues ni tienen pruebas ni las
tendrán, te doy mi palabra, y por simples sospechas no se puede
condenar a un hombre... Anda, siéntate... Sólo te he dicho esto
para que estés prevenida... En cuanto a mi madre y a mi
hermana, ya arreglaré las cosas de modo que no se inquieten ni
sospechen la verdad... Por otra parte, creo que mi hermana está
ahora al abrigo de la necesidad y, por lo tanto, también mi
madre... Esto es todo. Cuento con tu prudencia. ¿Vendrás a verme
cuando esté detenido?
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 514