Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
comprendió hasta qué extremo sufría Raskolnikof. También ella
sentía que una especie de vértigo la iba dominando... ¡Qué modo
tan extraño de hablar! Sus palabras eran claras y precisas,
pero..., pero ¿era aquello posible? ¡Señor, Señor...! Y se retorcía
las manos, desesperada.
-No, Sonia, no es eso -dijo, levantando de súbito la cabeza, como
si sus ideas hubiesen tomado un nuevo giro que le impresionaba y
le reanimaba-. No, no es eso. Lo que sucede..., sí, esto es..., lo
que sucede es que soy orgulloso, envidioso, perverso, vil,
rencoroso y..., para decirlo todo ya que he comenzado...,
propenso a la locura. Acabo de decirte que tuve que dejar la
universidad. Pues bien, a decir verdad, podía haber seguido en
ella. Mi madre me habría enviado el dinero de las matrículas y yo
habría podido ganar lo necesario para comer y vestirme. Sí, lo
habría podido ganar. Habría dado lecciones. Me las ofrecían a
cincuenta kopeks. Así lo hace Rasumikhine. Pero yo estaba
exasperado y no acepté. Sí, exasperado: ésta es la palabra. Me
encerré en mi agujero como la araña en su rincón. Ya conoces mi
tabuco, porque estuviste en él. Ya sabes, Sonia, que el alma y el
pensamiento se ahogan en las habitaciones bajas y estrechas.
¡Cómo detestaba aquel cuartucho! Sin embargo, no quería salir de
él. Pasaba días enteros sin moverme, sin querer trabajar. Ni
siquiera me preocupaba la comida. Estaba siempre acostado.
Cuando Nastasia me traía algo, comía. De lo contrario, no me
alimentaba. No pedía nada. Por las noches no tenía luz, y prefería
permanecer en la oscuridad a ganar lo necesario para comprarme
una bujía.
»En vez de trabajar, vendí mis libros. Todavía hay un dedo de
polvo en mi mesa, sobre mis cuadernos y mis papeles. Prefería
pensar tendido en mi diván. Pensar siempre... Mis pensamientos
eran muchos y muy extraños... Entonces empecé a imaginar...
No, no fue así. Tampoco ahora cuento las cosas como fueron...
Entonces yo me preguntaba continuamente: "Ya que ves la
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 509