Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Un segundo después, Raskolnikof la miró con un dolor infinito y
lanzó un grito de desesperación.
-¿Por qué te habré dicho todo esto? ¿Por qué te habré hecho esta
confesión...? Esperas mis explicaciones, Sonia, bien lo veo;
esperas que te lo cuente todo... Pero ¿qué puedo decirte? No
comprenderías nada de lo que te dijera y sólo conseguiría que
sufrieras por mí todavía más... Lloras, vuelves a abrazarme. Pero
dime: ¿por qué? ¿Porque no he tenido valor para llevar yo solo mi
cruz y he venido a descargarme en ti, pidiéndote que sufras
conmigo, ya que esto me servirá de consuelo? ¿Cómo puedes
amar a un hombre tan cobarde?
-¿Acaso no sufres tú también? -exclamó Sonia.
Otra vez se apoderó del joven un sentimiento de ternura.
-Sonia, yo soy un hombre de mal corazón. Tenlo en cuenta, pues
esto explica muchas cosas. Precisamente porque soy malo he
venido en tu busca. Otros no lo habrían hecho, pero yo... yo soy
un miserable y un cobarde. En fin, no es esto lo que ahora
importa. Tengo que hablarte de ciertas cosas y no me siento con
fuerzas para empezar.
Se detuvo y quedó pensativo.
-Desde luego, no nos parecemos en nada; somos muy
diferentes... ¿Por qué habré venido? Nunca me lo perdonaré.
-No, no; has hecho bien en venir -exclamó Sonia-. Es mejor que
yo lo sepa todo, mucho mejor.
Raskolnikof la miró amargamente.
-Bueno, al fin y al cabo, ¡qué importa! --exclamó, decidido a
hablar-. He aquí cómo ocurrieron las cosas. Yo quería ser un
Napoleón: por eso maté. ¿Comprendes?
-No -murmuró Sonia, ingenua y tímidamente-. Pero no importa:
habla, habla. -Y añadió, suplicante-: Haré un esfuerzo y
comprenderé, lo comprenderé todo.
-¿Lo comprenderás? ¿Estás segura? Bien, ya veremos.
Hizo una larga pausa para ordenar sus ideas.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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