Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Sonia se acercó paso a paso, se sentó a su lado, en el lecho, y,
sin apartar de él los ojos, esperó. Su corazón latía con violencia.
La situación se hacía insoportable. Él volvió hacia la joven su
rostro, cubierto de una palidez mortal. Sus contraídos labios eran
incapaces de pronunciar una sola palabra. Entonces el pánico se
apoderó de Sonia.
-¿Qué le pasa? -volvió a preguntarle, apartándose un poco de él.
-Nada, Sonia. No te asustes... Es una tontería... Sí, basta pensar
en ello un instante para ver que es una tontería -murmuró como
delirando-. No sé por qué he venido a atormentarte -añadió,
mirándola-. En verdad, no lo sé. ¿Por qué? ¿Por qué? No ceso de
hacerme esta pregunta, Sonia.
Tal vez se la había hecho un cuarto de hora antes, pero en aquel
momento su debilidad era tan extrema que apenas se daba
cuenta de que existía. Un continuo temblor agitaba todo su
cuerpo.
-¡Cómo se atormenta usted! -se lamentó Sonia, mirándole.
-No es nada, no es nada... He aquí lo que te quería decir...
Una sombra de sonrisa jugueteó unos segundos en sus labios.
-¿Te acuerdas de lo que quería decirte ayer?
Sonia esperó, visiblemente inquieta.
-Cuando me fui, te dije que tal vez te decía adiós para siempre,
pero que si volvía hoy te diría quién mató a Lisbeth.
De pronto, todo el cuerpo de Sonia empezó a temblar.
-Pues bien, he venido a decírtelo.
-Así, ¿hablaba usted en serio? -balbuceó Sonia haciendo un gran
esfuerzo-. Pero ¿cómo lo sabe usted? -preguntó vivamente, como
si acabara de volver en sí.
Apenas podía respirar. La palidez de su rostro aumentaba por
momentos.
-El caso es que lo sé.
Sonia permaneció callada un momento.
-¿Lo han encontrado? -preguntó al fin, tímidamente.
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