Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Era un sombrero de copa alta, circular, descolorido por el uso,
agujereado, cubierto de manchas, de bordes desgastados y lleno
de abolladuras. Sin embargo, no era la vergüenza, sino otro
sentimiento, muy parecido al terror, lo que se había apoderado del
joven.
-Lo sabía -murmuró en su turbación-, lo presentía. Nada hay
peor que esto. Una nadería, una insignificancia, puede malograr
todo el negocio. Sí, este sombrero llama la atención; es tan
ridículo, que atrae las miradas. El que va vestido con estos
pingajos necesita una gorra, por vieja que sea; no esta cosa tan
horrible. Nadie lleva un sombrero como éste. Se me distingue a
una versta a la redonda. Te recordarán. Esto es lo importante: se
acordarán de él, andando el tiempo, y será una pista... Lo cierto
es que hay que llamar la atención lo menos posible. Los pequeños
detalles... Ahí está el quid. Eso es lo que acaba por perderle a
uno...
No tenía que ir muy lejos; sabía incluso el número exacto de
pasos que tenía que dar desde la puerta de su casa; exactamente
setecientos treinta. Los había contado un día, cuando la
concepción de su proyecto estaba aún reciente. Entonces ni él
mismo creía en su realización. Su ilusoria audacia, a la vez
sugestiva y monstruosa, sólo servía para excitar sus nervios.
Ahora, transcurrido un mes, empezaba a mirar las cosas de otro
modo y, a pesar de sus enervantes soliloquios sobre su debilidad,
su impotencia y su irresolución, se iba acostumbrando poco a
poco, como a pesar suyo, a llamar «negocio» a aquella fantasía
espantosa, y, al considerarla así, la podría llevar a cabo, aunque
siguiera dudando de sí mismo.
Aquel día se había propuesto hacer un ensayo y su agitación
crecía a cada paso que daba. Con el corazón desfallecido y
sacudidos los miembros por un temblor nervioso, llegó, al fin, a un
inmenso edificio, una de cuyas fachadas daba al canal y otra a la
calle. El caserón estaba dividido en infinidad de pequeños
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 4