Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Por otra parte, los asistentes se mostraban sumamente excitados
por las excesivas libaciones. El de intendencia, aunque era incapaz
de forjarse una idea clara de lo sucedido, era el que más gritaba,
y proponía las medidas más desagradables para Lujine.
La habitación estaba llena de personas embriagadas, pero
también habían acudido huéspedes de otros aposentos, atraídos
por el escándalo. Los tres polacos estaban indignadísimos y no
cesaban de proferir en su lengua insultos contra Piotr Petrovitch,
al que llamaban, entre otras cosas, pane ladak.
Sonia escuchaba con gran atención, pero no parecía acabar de
comprender lo que pasaba: su estado era semejante al de una
persona que acaba de salir de un desvanecimiento. No apartaba
los ojos de Raskolnikof, comprendiendo que sólo él podía
protegerla. La respiración de Catalina Ivanovna era silbante y
penosa. Estaba completamente agotada. Pero era Amalia
Ivanovna la que tenía un aspecto más grotesco, con su boca
abierta y su cara de pasmo. Era evidente que no comprendía lo
que estaba ocurriendo. Lo único que sabía era que Piotr Petrovitch
se hallaba en una situación comprometida.
Raskolnikof intentó volver a hablar, pero en seguida renunció a
ello al ver que los inquilinos se precipitaban sobre Lujine y,
formando en torno de él un círculo compacto, le dirigían toda clase
de insultos y amenazas. Pero Lujine no