Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
eso rechazarán el testimonio de dos impíos, de dos
revolucionarios que me calumnian por una cuestión de venganza
personal, como ellos mismos han tenido la candidez de reconocer.
Permítanme, señores.
-No podría soportar ni un minuto más su presencia en mi
habitación -le dijo Andrés Simonovitch-. Haga el favor de
marcharse. No quiero ningún trato con usted. ¡Cuando pienso que
he estado dos semanas gastando saliva para exponerle...!
-Andrés Simonovitch, recuerde que hace un rato le he dicho que
me marchaba y usted trataba de retenerme. Ahora me limitaré a
decirle que es usted un tonto de remate y que le deseo se cure de
la cabeza y de los ojos. Permítanme, señores...
Y consiguió terminar de abrirse paso. Pero el de intendencia no
quiso dejarle salir de aquel modo. Considerando que los insultos
eran un castigo insuficiente para él, cogió un vaso de la mesa y se
lo arrojó con todas sus fuerzas. Desgraciadamente, el proyectil fue
a estrellarse contra Amalia Ivanovna, que empezó a proferir
grandes alaridos, mientras el de intendencia, que había perdido el
equilibrio al tomar impulso para el lanzamiento, caía pesadamente
sobre la mesa.
Piotr Petrovitch logró llegar a su aposento, y, una hora después,
había salido de la casa.
Antes de esta aventura, Sonia, tímida por naturaleza, se sentía
más vulnerable que las demás mujeres, ya que cualquiera tenía
derecho a ultrajarla. Sin embargo, había creído hasta entonces
que podría contrarrestar la malevolencia a fuerza de discreción,
dulzura y humildad. Pero esta ilusión se había desvanecido y su
decepción fue muy amarga. Era capaz de soportarlo todo con
paciencia y sin lamentarse, y el golpe que acababa de recibir no
estaba por encima de sus fuerzas, pero en el primer momento le
pareció demasiado duro. A pesar del triunfo de su inocencia en el
asunto del billete, transcurridos los primeros instantes de terror, y
al poder darse cuenta de las cosas, sintió que su corazón se
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 493