Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
me presten la mayor atención. Si el señor Lujine hubiera
conseguido presentar como culpable a Sonia Simonovna, habría
demostrado a mi familia que sus sospechas eran fundadas y que
tenía razón para sentirse ofendido por el hecho de que permitiera
a esta joven alternar con mi hermana, y, en fin, que, atacándome
a mí, defendía el honor de su prometida. En una palabra, esto
suponía para él un nuevo medio de indisponerme con mi familia,
mientras él reconquistaba su estimación. Al mismo tiempo, se
vengaba de mí, pues tenía motivos para pensar que la
tranquilidad de espíritu y el honor de Sonia Simonovna me
afectaban íntimamente. Así pensaba él, y esto es lo que yo he
deducido. Tal es la explicación de su conducta: no es posible
hallar otra.
Así, poco más o menos, terminó Raskolnikof su discurso, que fue
interrumpido frecuentemente por las exclamaciones de la atenta
concurrencia. Hasta el final su acento fue firme, sereno y seguro.
Su tajante voz, la convicción con que hablaba y la severidad de su
rostro impresionaron profundamente al auditorio.
-Sí, sí, eso es; no cabe duda de que es eso -se apresuró a decir
Lebeziatnikof, entusiasmado-. Prueba de ello es que, cuando
Sonia Simonovna ha entrado en la habitación, él me ha
preguntado si estaba usted aquí, si yo le había visto entre los
invitados de Catalina Ivanovna. Esta pregunta me la ha hecho en
voz baja y después de llevarme junto a la ventana. 0 sea que
deseaba que usted fuera testigo de todo esto. Sí, sí; no cabe duda
de que es eso.
Lujine guardaba silencio y sonreía desdeñosamente. Pero estaba
pálido como un muerto. Evidentemente, buscaba el modo de salir
del atolladero. De buena gana se habría marchado, pero esto no
era posible por el momento. Marcharse así habría representado
admitir las acusaciones que pesaban sobre él y reconocer que
había calumniado a Sonia Simonovna.
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