Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Andrés Simonovitch terminó este largo discurso, coronado con
una conclusión tan lógica, en un estado de extrema fatiga. El
sudor corría por su frente. Por desgracia para él, le costaba gran
trabajo expresarse en ruso, aunque no conocía otro idioma. Su
esfuerzo oratorio le había agotado. Incluso parecía haber perdido
peso. Sin embargo, su alegato verbal había producido un efecto
extraordinario. Lo había pronunciado con tanto calor y convicción,
que todos los oyentes le creyeron. Piotr Petrovitch advirtió que las
cosas no le iban bien.
-¿Qué me importan a mí las estúpidas preguntas que hayan
podido atormentarle? -exclamó-. Eso no constituye ninguna
prueba. Todo lo que usted ha pensado puede ser obra de su
imaginación. Y yo, señor, puedo decirle que miente usted. Usted
miente y me calumnia llevado de un deseo de venganza personal.
Usted no me perdona que haya rechazado el impío radicalismo de
sus teorías sociales.
Pero este falso argumento, lejos de favorecerle, provocó una
oleada de murmullos en contra de él.
-¡Eso es una mala excusa! -exclamó Lebeziatnikof-. Te digo en la
cara que mientes. Llama a la policía y declararé bajo juramento.
Un solo punto ha quedado en la oscuridad para mí: el motivo que
lo ha impulsado a cometer una acción tan villana. ¡Miserable!
¡Cobarde!
-Yo puedo explicar su conducta y, si es preciso, también prestaré
juramento -dijo Raskolnikof con voz firme y destacándose del
grupo.
Estaba sereno y seguro de si mismo. Todos se dieron cuenta
desde el primer momento de que conocía la clave del enigma y de
que el asunto se acercaba a su fin.
-Ahora todo lo veo claro -dijo dirigiéndose a Lebeziatnikof-.
Desde el principio del incidente me he olido que había en todo
esto alguna innoble intriga. Esta sospecha se fundaba en ciertas
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