Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
sintió que se ahogaba en aquel cuartucho amarillo que más que
habitación parecía un baúl o una alacena. Sus ojos y su cerebro
reclamaban espacio libre. Cogió su sombrero y salió. Esta vez no
temía encontrarse con la patrona en la escalera. Había olvidado
todos sus problemas. Tomó el bulevar V., camino de Vasilievski
Ostrof. Avanzaba con paso rápido, como apremiado por un
negocio urgente. Como de costumbre, no veía nada ni a nadie y
susurraba palabras sueltas, ininteligibles. Los transeúntes se
volvían a mirarle. Y se decían: Está bebido.»
Comentario [L13]: Isla de la
desembocadura del Neva.
IV
La carta de su madre le había trastornado, pero Raskolnikof no
había vacilado un instante, ni siquiera durante la lectura, sobre el
punto principal. Acerca de esta cuestión, ya había tornado una
decisión irrevocable: «Ese matrimonio no se llevará a cabo
mientras yo viva. ¡Al diablo ese señor Lujine!»
«La cosa no puede estar más clara -pensaba, sonriendo con aire
triunfal y malicioso, como si estuviese seguro de su éxito-. No,
mamá; no, Dunia; no conseguiréis engañarme... Y todavía se
disculpan de haber decidido la cosa por su propia cuenta y sin
pedirme consejo. ¡Claro que no me lo han pedido! Creen que es
demasiado tarde para romper el compromiso. Ya veremos si se
puede romper o no. ¡Buen pretexto alegan! Piotr Petrovitch está
siempre tan ocupado, que sólo puede casarse a toda velocidad,
como V