Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
»Dunia y yo lo tenemos ya todo calculado al céntimo. El billete
no nos resultará caro. De nuestra casa a la estación de ferrocarril
más próxima sólo hay noventa verstas, y ya nos hemos puesto de
acuerdo con un mujik que nos llevará en su carro. Después nos
instalaremos alegremente en un departamento de tercera. Yo creo
que podré mandarte, no veinticinco, sino treinta rublos.
»Basta ya. He llenado dos hojas y no dispongo de más espacio.
Ya te lo he contado todo, ya estás informado del cúmulo de
acontecimientos de estos últimos meses. Y ahora, mi querido
Rodia, te abrazo mientras espero que nos volvamos a ver y te
envío mi bendición maternal. Quiere a Dunia, quiere a tu
hermana, Rodia, quiérela como ella te quiere a ti; ella, cuya
ternura es infinita; ella, que te ama más que a sí misma. Es un
ángel, y tú, toda nuestra vida, toda nuestra esperanza y toda
nuestra fe en el porvenir. Si tú eres feliz, lo seremos nosotras
también. ¿Sigues rogando a Dios, Rodia, crees en la misericordia
de nuestro Creador y de nuestro Salvador? Sentiría en el alma que
te hubieras contaminado de esa enfermedad de moda que se
llama ateísmo. Si es así, piensa que ruego por ti. Acuérdate,
querido, de cuando eras niño; entonces, en presencia de tu padre,
que aún vivía, tú balbuceabas tus oraciones sentado en mis
rodillas. Y todos éramos felices.
»Hasta pronto. Te envío mil abrazos.
»Te querrá mientras viva
» PULQUERIA RASKOLNIKOVA.»
Durante la lectura de esta carta, las lágrimas bañaron más de
una vez el rostro de Raskolnikof, y cuando hubo terminado estaba
pálido, tenía las facciones contraídas y en sus labios se percibía
una sonrisa densa, amarga, cruel. Apoyó la cabeza en su
mezquina almohada y estuvo largo tiempo pensando. Su corazón
latía con violencia, su espíritu estaba lleno de turbación. Al fin
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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