Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
el papelito era un billete de cien rublos, pues he visto claramente
que, al mismo tiempo que entregaba a Sonia Simonovna el billete
de diez rublos, cogía usted de la mesa otro de cien... Esto lo he
visto perfectamente, porque entonces e hallaba muy cerca de
usted, y recuerdo bien este detalle porque me ha sugerido cierta
idea. Usted ha doblado el billete de cien rublos y lo ha mantenido
en el hueco de la mano. Después he dejado de pensar en ello,
pero cuando usted se ha levantado ha hecho pasar el billete de la
mano derecha a la izquierda, con lo que ha estado a punto de
caérsele. Entonces me he vuelto a fijar en él, pues de nuevo he
tenido la idea de que usted quería socorrer a Sonia Simonovna sin
que yo me enterase. Ya puede usted suponer la gran atención con
que desde ese instante he seguido hasta sus menores
movimientos. Así he podido ver cómo le ha deslizado usted el
billete en el bolsillo. ¡Lo he visto, lo he visto, y estoy dispuesto a
afirmarlo bajo juramento!
Lebeziatnikof estaba rojo de indignación. Las exclamaciones más
diversas surgieron de todos los rincones de la estancia. La
mayoría de ellas eran de asombro, pero algunas fueron proferidas
en un tono de amenaza. Los concurrentes se acercaron a Piotr
Petrovitch y formaron un estrecho círculo en torno de él. Catalina
Ivanovna se arrojó sobre Lebeziatnikof.
-¡Andrés Simonovitch, qué mal le conocía a usted! ¡Defiéndala!
Es huérfana. Dios nos lo ha enviado, Andrés Simonovitch, mi
querido amigo.
Y Catalina Ivanovna, en un arrebato casi inconsciente, se arrojó
a los pies del joven.
-¡Está loco! -exclamó Lujine, ciego de rabia-. Todo son
invenciones suyas... ¡Que si se había olvidado y luego se ha vuelto
a acordar...! ¿Qué significa esto? Según usted, yo he puesto
intencionadamente estos cien rublos en el bolsillo de esta
señorita. Pero ¿por qué? ¿Con qué objeto?
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