Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
III
Piotr Petrovitch -exclamó Catalina Ivanovna-, protéjame. Haga
comprender a esta mujer estúpida que no tiene derecho a insultar
a una noble dama abatida por el infortunio, y que hay tribunales
para estos casos... Me quejaré ante el gobernador general en
persona y ella tendrá que responder de sus injurias... En memoria
de la hospitalidad que recibió usted de mi padre, defienda a estos
pobres huérfanos.
-Permítame, señora, permítame -respondió Piotr Petrovitch,
tratando de apartarla-. Yo no he tenido jamás el honor, y usted lo
sabe muy bien, de tratar a su padre. Perdone, señora -alguien se
echó a reír estrepitosamente-, pero no tengo la menor intención
de mezclarme en sus continuas disputas con Amalia Ivanovna...
Vengo
aquí
para
un
asunto
personal.
Deseo
hablar
inmediatamente con su hijastra Sonia Simonovna. Se llama así,
¿no es cierto? Permítame...
Y Piotr Petrovitch, pasando por el lado de Catalina Ivanovna, se
dirigió al extremo opuesto de la habitación, donde estaba Sonia.
Catalina Ivanovna quedó clavada en el sitio, como fulminada. No
comprendía por qué Piotr Petrovitch negaba que había sido
huésped de su padre. Esta hospitalidad creada por su fantasía
había llegado a ser para ella un artículo de fe. Por otra parte, le
sorprendía el tono seco, altivo y casi desdeñoso con que le había
hablado Lujine.
Ante la aparición de Piotr Petrovitch se había ido restableciendo
el silencio poco a poco. Aun dejando aparte que la gravedad y la
corrección de aquel hombre de negocios contrastaba con el
aspecto desaliñado de los inquilinos de la señora Lipevechsel,
todos ellos comprendían que sólo un motivo de excepcional
importancia podía justificar la presencia de Lujine en aquel lugar
y, en consecuencia, esperaban un golpe teatral.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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