Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Para colmo de desdichas, uno de los invitados que se sentaba en
el otro extremo de la mesa envió a Sonia un plato donde se veían
dos corazones traspasados por una flecha, modelados con pan de
centeno. Catalina Ivanovna, en un súbito arranque de cólera,
manifestó a voz en grito que el autor de semejante broma era
seguramente un asno borracho.
Amalia Ivanovna, presa también de los peores presentimientos
acerca del desenlace de la comida y, por otra parte, herida
profundamente por la aspereza con que la trataba Catalina
Ivanovna, se propuso dar un giro a la atención general y, al
mismo tiempo, hacerse valer a los ojos de todos los presentes.
Para ello empezó a contar de pronto que un amigo suyo, que era
farmacéutico y se llamaba Karl, había tomado una noche un simón
cuyo cochero había intentado asesinarle.
-Y Karl le suplicó que no le matara, y se echó a llorar con las
manos enlazadas. Tan aterrado estaba, que él también sintió su
corazón traspasado.
Aunque esta historia le hizo sonreír, Catalina Ivanovna dijo que
Amalia Ivanovna no debía contar anécdotas en ruso. La alemana
se sintió profundamente ofendida y respondió que su Vater aus
Berlin fue un hombre muy importante que paseaba todo el día las
manos por los bolsillos.
La burlona Catalina Ivanovna no pudo contenerse y lanzó tal
carcajada, que Amalia Ivanovna acabó por perder la paciencia y
hubo de hacer un gran esfuerzo para no saltar.
-¿Ha oído usted a esa vieja lechuza?-siguió diciendo en voz baja
Catalina Ivanovna a Raskolnikof-. Ha querido decir que su padre
se paseaba con las manos en los bolsillos, y todo el mundo habrá
creído que se estaba registrando los bolsillos a todas horas. ¡Ji, ji!
¿Ha observado usted, Rodion Romanovitch, que, por regla
general,
los
extranjeros