Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
una necedad contar una historia como esa del farmacéutico cuyo
corazón estaba traspasado de espanto. El muy mentecato, en vez
de echarse sobre el cochero y atarlo, enlaza las manos y llora y
suplica... ¡Ah, qué mujer tan estúpida! Cree que esta historia es
conmovedora y no se da cuenta de su necedad. A mi juicio, ese
alcohólico que fue empleado de intendencia es más inteligente
que ella. Cuando menos, se ve en seguida que está dominado por
la bebida y que hasta el último destello de su lucidez ha
naufragado en alcohol... En cambio, todos esos que están tan
serios y callados... Pero fíjese cómo abre los ojos esa mujer. Está
enojada... ¡Ja, ja, ja! Está que trina...
Catalina Ivanovna, con alegre entusiasmo, habló de otras mil
cosas insignificantes, y de improviso anunció que tan pronto como
obtuviera la pensión se retiraría a T., su ciudad natal, para abrir
un centro de enseñanza que se dedicaría a la educación de
muchachas nobles. Aún no había hablado de este proyecto a
Raskolnikof, y se lo expuso con todo detalle. Como por arte de
magia, exhibió aquel diploma de que Marmeladof había hablado a
Raskolnikof cuando le contó en una taberna que Catalina
Ivanovna, al salir del pensionado, había bailado en presencia del
gobernador y de otras personalidades la danza del chal. Podría
creerse que Catalina Ivanovna utilizaba este diploma para
demostrar su derecho a abrir un pensionado, pero su verdadero
fin había sido otro: había pensado utilizarlo para confundir a
aquellas provincianas endomingadas en el caso de que hubieran
asistido a la comida de funerales, demostrándoles así que ella
pertenecía a una de las familias más nobles, que era hija de un
coronel y, en fin, que valía mil veces más que todas las
advenedizas que en los últimos tiempos se habían multiplicado de
un modo exorbitante.
El diploma dio la vuelta a la mesa. Los invitados lo pasaban de
mano en mano, sin que Catalina Ivanovna se opusiera a ello, ya
que aquel papel la presentaba en toutes lettres como hija de un
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