CRIMEN Y CASTIGO - FIÓDOR DOSTOYEVSKI | Page 470

Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski Al mismo tiempo que distraída, parecía estar atenta a descubrir el menor deseo en el semblante de su madrastra. Ninguna de las dos iba de luto, por no tener vestido negro. Sonia llevaba un trajecito pardo, y Catalina Ivanovna un vestido de indiana oscuro, a rayas, que era el único que tenía. Las excusas de Piotr Petrovitch produjeron excelente impresión. Después de haber escuchado las palabras de Sonia con grave semblante, Catalina Ivanovna se informó con la misma dignidad de la salud de Piotr Petrovitch. En seguida dijo a Raskolnikof, casi en voz alta, que habría sido verdaderamente chocante ver un hombre tan serio y respetable como Lujine en aquella extraña sociedad, y que se comprendía que no hubiera acudido, a pesar de los lazos de amistad que le unían a su familia. -He aquí por qué le agradezco especialmente, Rodion Romanovitch, que no haya despreciado mi hospitalidad, aunque usted está en condiciones parecidas -añadió en voz lo bastante alta para que todos la oyeran-. Estoy segura de que sólo la gran amistad que le unía a mi pobre esposo ha podido inducirle a mantener su palabra. Acto seguido recorrió las caras de todos los invitados con una mirada ceñuda, y de pronto, de un extremo a otro de la mesa, preguntó al viejo sordo si no quería más asado y si había bebido oporto. El viejecito no contestó y tardó un buen rato en comprender lo que le preguntaban, aunque sus vecinos habían empezado a zarandearlo para reírse a su costa. Él no hacía más que mirar confuso en todas direcciones, lo que llevaba al colmo la alegría general. -¡Qué estúpido! -exclamó Catalina Ivanovna, dirigiéndose a Raskolnikof-. ¡Fíjese! ¿Por qué le habrán traído? En cuanto a Piotr Petrovitch, siempre he estado segura de él, y en verdad puede decirse -ahora se dirigía a Amalia Ivanovna y con un gesto tan severo que la patrona se sintió intimidada- que no se parece en na F7W2V