Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-óigame, yo le confié la misión delicadísima, sí, verdaderamente
delicada, de invitar a esa señora y a su hija... Ya sabe usted a
quién me refiero... Había que proceder con sumo tacto. Pues bien,
ella cumplió el encargo de tal modo, que esa estúpida extranjera,
esa orgullosa criatura, esa mísera provinciana, que, en su calidad
de viuda de un mayor, ha venido a solicitar una pensión y se pasa
el día dando la lata por los despachos oficiales, con un dedo de
pintura en cada mejilla, ¡a los cincuenta y cinco años...!; esa
cursi, no sólo no se ha dignado aceptar mi invitación, sino que ni
siquiera ha juzgado necesario excusarse, como exige la más
elemental educación. Tampoco comprendo por qué ha faltado
Piotr Petrovitch... Pero ¿qué le habrá pasado a Sonia? ¿Dónde
estará...? ¡Ah, ya viene...! ¿Qué te ha ocurrido, Sonia? ¿Dónde te
has metido? Debiste arreglar las cosas de modo que pudieras
acudir puntualmente a los funerales de tu padre... Rodion
Romanovitch, hágale sitio a su lado... Siéntate, Sonia, y coge lo
que quieras. Te recomiendo esta carne en gelatina. En seguida
traerán los crêpes... ¿Ya están servidos los niños? ¿No te hace
falta nada, Poletchka...? Pórtate bien, Lena; y tú, Kolia, no
muevas las piernas de ese modo. Compórtate como un niño de
buena familia... ¿Qué hay, Sonetchka?
Sonia se apresuró a transmitirle las excusas de Piotr Petrovitch,
levantando la voz cuanto pudo, a fin de que todos la oyeran, y
exagerando las expresiones de respeto de Lujine. Añadió que Piotr
Petrovitch le había dado el encargo de decirle que vendría a verla
tan pronto como le fuera posible para hablar de negocios, ponerse
de acuerdo sobre los pasos que había de dar, etc.
Sonia sabía que estas palabras tranquilizarían a Catalina
Ivanovna y, sobre todo, que serían un bálsamo para su amor
propio. Se había sentado al lado de Raskolnikof y le había dirigido
una mirada rápida y curiosa; pero durante el resto de la comida
evitó mirarle y hablarle.
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