Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Ivanovna, que él valía tanto como ellos, si no más, y que ninguno
tenía derecho a adoptar un aire de superioridad al compararse con
él. Acaso aquel proceder obedecía a ese orgullo que en
determinadas circunstancias, y especialmente en las ceremonias
públicas ineludibles para todas las clases sociales, impulsa a los
pobres a realizar un supremo esfuerzo y sacrificar sus últimos
recursos solamente para hacer las cosas tan bien como los demás
y no dar pábulo a comadreos.
También podía ser que Catalina Ivanovna, en aquellos momentos
en que su soledad y su infortunio eran mayores, experimentara el
deseo de demostrar a aquella «pobre gente» que ella, como hija
de un coronel y persona educada en una noble y aristocrática
mansión, no sólo sabía vivir y recibir, sino que no había nacido
para barrer ni para lavar por las noches la ropa de sus hijos. Estos
arrebatos de orgullo y vanidad se apoderan a veces de las más
míseras criaturas y cobran la forma de una necesidad furiosa e
irresistible. Por otra parte, Catalina Ivanovna no era de esas
personas que se aturden ante la desgracia. Los reveses de fortuna
podían abrumarla, pero no abatir su moral ni anular su voluntad.
Tampoco hay que olvidar que Sonetchka afirmaba, y no sin
razón, que no estaba del todo cuerda. Esto no era cosa probada,
pero últimamente, en el curso de todo un año, su pobre cabeza
había tenido que soportar pruebas espec