Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Pues bien; llevado de un sentimiento humanitario y... y de
compasión, por decirlo así, yo desearía serle útil, en vista de la
posición extremadamente difícil en que forzosamente se ha de
encontrar. Porque tengo entendido que es usted el único sostén
de esa desventurada familia.
Sonia se levantó súbitamente.
-Permítame preguntarle -dijo- si usted le habló ayer de una
pensión. Ella me dijo que usted se encargaría de conseguir que se
la dieran. ¿Es eso verdad?
-¡No, no, ni remotamente! Eso es incluso absurdo en cierto
sentido. Yo sólo le hablé de un socorro temporal que se le
entregaría por su condición de viuda de un funcionario muerto en
servicio, y le advertí que tal socorro sólo podría recibirlo si
contaba con influencias. Por otra parte, me parece que su difunto
padre no solamente no había servido tiempo suficiente para tener
derecho al retiro, sino que ni siquiera prestaba servicio en el
momento de su muerte. En resumen, que uno siempre puede
esperar, pero que en este caso la esperanza tendría poco
fundamento pues no existe el derecho de percibir socorro
alguno... ¡Y ella soñaba ya con una pensión! ¡Je, je, je! ¡Qué
imaginación posee esa señora!
-Sí, esperaba una pensión..., pues es muy buena y su bondad la
lleva a creerlo todo..., y es..., sí, tiene usted razón... Con su
permiso.
Sonia se dispuso a marcharse.
-Un momento. No he terminado todavía.
-¡Ah! Bien -balbuceó la joven.
-Siéntese, haga el favor.
Sonia, desconcertada, se sentó una vez más.
-Viendo la triste situación de esa mujer, que ha de atender a
niños de corta edad, yo desearía, como ya le he dicho, serle útil
en la medida de mis medios... Compréndame, en la medida de
mis medios y nada más. Por ejemplo, se podría organizar una
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