Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Piotr Petrovitch estaba serio y amabilísimo. Evidentemente
abrigaba las más amistosas relaciones respecto a Sonia.
-Sí -repuso ésta, presurosa y asustada-, es mi segunda madre.
-Pues bien, dígale que me excuse. Circunstancias ajenas a mi
voluntad me impiden asistir al festín. Me refiero a esa comida de
funerales a que ha tenido la gentileza de invitarme.
-Se lo voy a decir ahora mismo.
Y Sonetchka se puso en pie en el acto.
-Tengo que decirle algo más -le advirtió Piotr Petrovitch,
sonriendo ante la ingenuidad de la muchacha y su ignorancia de
las costumbres sociales-. Sólo quien no me conozca puede
suponerme capaz de molestar a otra persona, de hacerle venir a
verme, por un motivo tan fútil como el que le acabo de exponer y
que únicamente tiene interés para mí. No, mis intenciones son
otras.
Sonia se apresuró a volver a sentarse. Sus ojos tropezaron de
nuevo con los billetes multicolores, pero ella los apartó en seguida
y volvió a fijarlos en Lujine. Mirar el dinero ajeno le parecía una
inconveniencia, sobre todo en la situación en que se hallaba... Se
dedicó a observar los lentes de montura de oro que Piotr
Petrovitch tenía en su mano izquierda, y después fijó su mirada en
la soberbia sortija adornada con una piedra amarilla que el
caballero ostentaba en el dedo central de la misma mano.
Finalmente, no sabiendo adónde mirar, fijó la vista en la cara de
Piotr Petrovitch. El cual, tras un majestuoso silencio, continuó:
-Ayer tuve ocasión de cambiar dos palabras con la infortunada
Catalina Ivanovna, y esto me bastó para darme cuenta de que se
halla en un estado... anormal, por decirlo así.
-Cierto: es un estado anormal -se apresuró a repetir Sonia.
-O, para decirlo más claramente, más exactamente, en un
estado morboso.
-Sí, sí, más claramente..., morboso.
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