Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
y, en ciertos aspectos tan interesante. Se apresuró a instalarla
cómodamente ante la mesa y frente a él. Cuando se sentó, Sonia
paseó una mirada en torno de ella: sus ojos se posaron en
Lebeziatnikof, después en el dinero que había sobre la mesa y
finalmente en Piotr Petrovitch, del que ya no pudieron apartarse.
Se diría que había quedado fascinada. Lebeziatnikof se dirigió a la
puerta.
Piotr Petrovitch se levantó, dijo a Sonia por señas que no se
moviese y detuvo a Andrés Simonovitch en el momento en que
éste iba a salir.
-¿Está abajo Raskolnikof? -le preguntó en voz baja-. ¿Ha llegado
ya?
-¿Raskolnikof? Sí, está abajo. ¿Por qué? Sí, lo he visto entrar.
¿Por qué lo pregunta?
-Le ruego que permanezca aquí y que no me deje solo con esta...
señorita. El asunto que tenemos que tratar es insignificante, pero
sabe Dios las conclusiones que podría extraer de nuestra
entrevista esa gente... No quiero que Raskolnikof vaya contando
por ahí... ¿Comprende lo que quiero decir?
-Comprendo, comprendo- dijo Lebeziatnikof con súbita lucidez-.
Está usted en su derecho. Sus temores respecto a mí son
francamente exagerados, pero... Tiene usted perfecto derecho a
obrar así. En fin, me quedaré. Me iré al lado de la ventana y no los
molestaré lo más mínimo. A mi juicio, usted tiene derecho a...
Piotr Petrovitch volvió al sofá y se sentó frente a Sonia. La miró
atentamente, y su semblante cobró una expresión en extremo
grave, incluso severa. «No vaya usted a imaginarse tampoco
cosas que no son», parecía decir con su mirada. Sonia acabó de
perder la serenidad.
-Ante todo, Sonia Simonovna, transmita mis excusas a su
honorable madre... No me equivoco, ¿verdad? Catalina Ivanovna
es su señora madre, ¿no es cierto?
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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