Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
había motivado más de una discusión entre Piotr Petrovitch y su
joven amigo.
Lo gracioso del caso era que Andrés Simonovitch se enfadaba de
verdad. Lujine no veía en ello sino un pasatiempo, y entonces
sentía el deseo especial de ver a Lebeziatnikof encolerizado.
-Usted está tan nervioso y cizañero por su fracaso de ayer -se
atrevió a decir Andrés Simonovitch, que, pese a toda su
independencia y a sus gritos de protesta, no osaba enfrentarse
abiertamente con Piotr Petrovitch, pues sentía hacia él, llevado sin
duda de una antigua costumbre, cierto respeto.
-Dígame una cosa -replicó Lujine en un tono de grosero desdén-:
¿podría usted...? Mejor dicho, ¿tiene usted la suficiente confianza
en esa joven para hacerla venir un momento? Me parece que ya
han regresado todos del cementerio. Los he oído subir. Necesito
ver un momento a esa muchacha.
-¿Para qué?-preguntó Andrés Simonovitch, asombrado.
-Tengo que hablarle. Me marcharé pronto de aquí y quisiera
hacerle saber que... Pero, en fin; usted puede estar presente en la
conversación. Esto será lo mejor, pues, de otro modo, sabe Dios
lo que usted pensaría.
-Yo no pensaría absolutamente nada. No he dado a mi pregunta
la menor importancia. Si usted tiene que tratar algún asunto con
esa joven, nada más fácil que hacerla venir. Voy por ella, y puede
estar usted seguro de que no les molestaré.
Efectivamente, al cabo de cinco minutos, Lebeziamikof llegaba
con Sonetchka. La joven estaba, como era propio de ella, en
extremo turbada y sorprendida. En estos casos, se sentía siempre
intimidada: las caras nuevas le producían verdadero terror. Era
una impresión de la infancia, que había ido acrecentándose con el
tiempo.
Piotr Petrovitch le dispensó un cortés recibimiento, no exento de
cierta jovial familiaridad, que parecía muy propia de un hombre
serio y respetable como él que se dirigía a una persona tan joven
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 453