Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
profundamente, casi desde el mismo día en que se había instalado
en su habitación; pero, al mismo tiempo, le temía. No era
únicamente la tacañería lo que le había llevado a hospedarse en
aquella casa a su llegada a Petersburgo. Este motivo era el
principal, pero no el único. Estando aún en su localidad
provinciana, había oído hablar de Andrés Simonovitch, su antiguo
pupilo, al que se consideraba como uno de los jóvenes
progresistas más avanzados de la capital, e incluso como un
miembro destacado de ciertos círculos, verdaderamente curiosos,
que gozaban de extraordinaria reputación. Esto había
impresionado a Piotr Petrovitch. Aquellos círculos todopoderosos
que nada ignoraban, que despreciaban y desenmascaraban a todo
el mundo, le infundían un vago terror. Claro que, al estar alejado
de estos círculos, no podía formarse una idea exacta acerca de
ellos. Había oído decir, como todo el mundo, que en Petersburgo
había progresistas, nihilistas y toda suerte de enderezadores de
entuertos, pero, como la mayoría de la gente, exageraba el
sentido de estas palabras del modo más absurdo. Lo que más le
inquietaba desde hacía ya tiempo, lo que le llenaba de una
intranquilidad exagerada y continua, eran las indagaciones que
realizaban tales partidos. Sólo por esta razón había estado mucho
tiempo sin decidirse a elegir Petersburgo como centro de sus
actividades.
Estas sociedades le inspiraban un terror que podía calificarse de
infantil. Varios años atrás, cuando comenzaba su carrera en su
provincia, había visto a los revolucionarios desenmascarar a dos
altos funcionarios con cuya protección contaba. Uno de estos
casos terminó del modo más escandaloso en contra del
denunciado; el otro había tenido también un final sumamente
enojoso. De aquí que Piotr Petrovitch, apenas llegado a
Petersburgo, procurase enterarse de las actividades de tales
asociaciones: así, en caso de necesidad, podría presentarse como
simpatizante y asegurarse la aprobación de las nuevas
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