Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
generoso y delicado con ellas. En fin, que he cometido una
verdadera pifia.»
Y Piotr Petrovitch, con un nuevo rechinar de dientes, se llamó
imbécil a sí mismo.
Después de llegar a esta conclusión, volvió a su alojamiento más
irritado y furioso que cuando había salido. Sin embargo, al punto
despertó su curiosidad el bullicio que llegaba de las habitaciones
de Catalina Ivanovna, donde se estaba preparando la comida de
funerales. El día anterior había oído decir algo de esta ceremonia.
Incluso se acordó de que le habían invitado, aunque sus muchas
preocupaciones le habían impedido prestar atención.
Se apresuró a informarse de todo, preguntando a la señora
Lipevechsel, que, por hallarse ausente Catalina Ivanovna (estaba
en el cementerio), se cuidaba de todo y correteaba en torno a la
mesa, ya preparada para la colación. Así se enteró Piotr Petrovitch
de que la comida de funerales sería un acto solemne. Casi todos
los inquilinos, incluso algunos que ni siquiera habían conocido al
difunto, estaban invitados. Andrés Simonovitch Lebeziatnikof se
sentaría a la mesa, no obstante su reciente disgusto con Catalina
Ivanovna. A él, Piotr Petrovitch, se le esperaba como al huésped
distinguido de la casa. Amalia Ivanovna había recibido una
invitación en toda regla a pesar de sus diferencias con Catalina
Ivanovna. Por eso ahora se preocupaba de la comida con visible
satisfacción. Se había arreglado como para una gran solemnidad:
aunque iba de luto, lucía orgullosamente un flamante vestido de
seda.
Todos estos informes y detalles inspiraron a Piotr Petrovitch una
idea que ocupaba su magín mientras regresaba a su habitación,
mejor dicho, a la de Andrés Simonovitch Lebeziatnikof.
Andrés Simonovitch había pasado toda la mañana en su
aposento, no sé por qué motivo. Entre éste y Piotr Petrovitch se
habían establecido unas relaciones sumamente extrañ 2