Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
que había alquilado con miras a su próximo matrimonio,
departamento que había hecho reparar a costa suya, se negó en
redondo a rescindir el contrato. Este hombre era extranjero, un
obrero alemán enriquecido, y reclamaba el pago de los alquileres
estipulados en el contrato de arrendamiento, a pesar de que Piotr
Petrovitch le devolvía la vivienda tan remozada que parecía
nueva. Además, el mueblista pretendía quedarse hasta el último
rublo de la cantidad anticipada por unos muebles que Piotr
Petrovitch no había recibido todavía.
« ¡No voy a casarme sólo por tener los muebles! », exclamó para
sí mientras rechinaba los dientes. Pero, al mismo tiempo, una
última esperanza, una loca ilusión, pasó por su pensamiento. «¿Es
verdaderamente irremediable el mal? ¿No podría intentarse algo
todavía?» El seductor recuerdo de Dunetchka le atravesó el
corazón como una aguja, y si en aquel momento hubiera bastado
un simple deseo para matar a Raskolnikof, no cabe duda de que
Piotr Petrovitch habría expresado.
«Otro error mío ha sido no darles dinero -siguió pensando
mientras regresaba, cabizbajo, al rincón de Lebeziatnikof-. ¿Por
qué demonio habré sido tan judío? Mis cálculos han fallado por
completo. Yo creía que, dejándolas momentáneamente en la
miseria, las preparaba para que luego vieran en mí a la
providencia en persona. Y se me han escapado de las manos... Si
les hubiera dado..., ¿qué diré yo?, unos mil quinientos rublos para
el ajuar, para comprar esas telas y esos menudos objetos, esas
bagatelas, en fin, que se venden en el bazar inglés, me habría
conducido con más habilidad y el negocio me habría ido mejor.
Ellas no me habrían soltado tan fácilmente. Por su manera de ser,
después de la ruptura se habrían creído obligadas a devolverme el
dinero recibido, y esto no les habría sido ni grato ni fácil. Además,
habría entrado en juego su conciencia. Se habrían dicho que cómo
podían romper con un hombre que se había mostrado tan
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