Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
«Ahora, a continuar la lucha» se dijo con una agria sonrisa
mientras bajaba la escalera. Se detestaba a sí mismo y se sentía
humillado por su pusilanimidad.
QUINTA PARTE
I
Al día siguiente de la noche fatal en que había roto con Dunia y
Pulqueria Alejandrovna, Piotr Petrovitch se despertó de buena
mañana. Sus pensamientos se habían aclarado, y hubo de
reconocer, muy a pesar suyo, que lo ocurrido la víspera, hecho
que le había parecido fantástico y casi imposible entonces, era
completamente real e irremediable. La negra serpiente del amor
propio herido no había cesado de roerle el corazón en toda la
noche. Lo primero que hizo al saltar de la cama fue ir a mirarse al
espejo: temía haber sufrido un derrame de bilis.
Afortunadamente, no se había producido tal derrame. Al ver su
rostro blanco, de persona distinguida, y un tanto carnoso, se
consoló momentáneamente y tuvo el convencimiento de que no le
sería difícil reemplazar a Dunia incluso con ventaja; pero pronto
volvió a ver las cosas tal como eran, y entonces lanzó un fuerte
salivazo, lo que arrancó una sonrisa de burla a su joven amigo y
compañero de habitación Andrés Simonovitch Lebeziatnikof. Piotr
Petrovitch, que había advertido esta sonrisa, la anotó en el debe,
ya bastante cargado desde hacía algún tiempo, de Andrés
Simonovitch.
Su cólera aumentó, y se dijo que no debió haber confiado a su
compañero de hospedaje el resultado de su entrevista de la noche
anterior. Era la segunda torpeza que su irritación y la necesidad
de expansionarse le habían llevado a cometer. Para colmo de
desdichas, el infortunio le persiguió durante toda la mañana. En el
Senado tuvo un fracaso al debatirse su asunto. Un último
incidente colmó su mal humor. El propietario del departamento
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