Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
reconocerle-, pero estaba seguro de haberse vuelto hacia él y
haber respondido algo...
Se había aclarado el inquietante misterio del día anterior. Y lo
más notable era que había estado a punto de perderse por un
hecho tan insignificante. Aquel hombre únicamente podía haber
revelado que él, Raskolnikof, había ido allí para alquilar una
habitación y hecho ciertas preguntas sobre las manchas de
sangre. Por consiguiente, esto era todo lo que Porfirio Petrovitch
podía saber; es decir, que tenía conocimiento de su acceso de
delirio, pero de nada más, a pesar de su «arma psicológica de dos
filos». En resumidas cuentas, que no sabía nada positivo. De
modo que, si no surgían nuevos hechos (y no debían surgir), ¿qué
le podían hacer? Aunque llegaran a detenerle, ¿cómo podrían
confundirle? Otra cosa que podía deducirse era que Porfirio
acababa de enterarse de su visita a la vivienda de las víctimas.
Antes de ver al peletero no sabía nada.
-¿Ha sido usted el que le ha contado hoy a Porfirio mi visita a
aquella casa? -preguntó, obedeciendo a una idea repentina.
-¿Quién es Porfirio?
-El juez de instrucción.
-Sí, yo he sido. Como los porteros no fueron, he ido yo.
-¿Hoy?
-He llegado un momento antes que usted y lo he oído todo: sé
cómo le han torturado.
-¿Dónde estaba usted?
-En la vivienda del juez, detrás de la puerta interior del
despacho. Allí he estado durante toda la escena.
-Entonces, ¿era usted la sorpresa? Cuéntemelo todo. ¿Por qué
estaba usted escondido allí?
-Pues verá -dijo el peletero-. En vista de que los porteros no
querían ir a dar parte a la policía, con el pretexto de que era tarde
y les pondrían de vuelta y media por haber ido a molestarlos a
hora tan intempestiva, me indigné de tal modo, que no pude
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