Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Vestía exactamente igual que la víspera, pero su semblante y la
expresión de su mirada habían cambiado. Parecía profundamente
apenado. Tras unos segundos de silencio, lanzó un suspiro. Sólo le
faltaba llevarse la mano a la mejilla y volver la cabeza para
parecer una pobre mujer desolada.
-¿Qué desea usted? -preguntó Raskolnikof, paralizado de
espanto.
El recién llegado no contestó. De pronto hizo una reverencia tan
profunda, que su mano derecha tocó el suelo.
-¿Qué hace usted? -exclamó Raskolnikof.
-Me siento culpable -dijo el desconocido en voz baja.
-¿De qué?
-De pensar mal.
Cruzaron una mirada.
-Yo no estaba tranquilo... Cuando llegó usted, el otro día,
seguramente embriagado, y dijo a los porteros que lo llevaran a la
comisaría, después de haber interrogado a los pintores sobre las
manchas de sangre, me contrarió que no le hicieran caso por
creer que estaba usted bebido. Esto me atormentó de tal modo,
que no pude dormir. Y como me acordaba de su dirección,
decidimos venir ayer a preguntar...
-¿Quién vino? -le interrumpió Raskolnikof, que empezaba a
comprender.
-Yo. Por lo tanto, soy yo el que le insultó.
-Entonces, ¿vive usted en aquella casa?
-Sí, y estaba en el portal con otras personas. ¿No se acuerda?
Hace ya mucho tiempo que vivo y trabajo en aquella casa. Tengo
el oficio de peletero. Lo que más me inquieta es...
Raskolnikof se acordó de súbito de toda la escena de la
antevíspera. Efectivamente, en el portal, además de los porteros,
había varias personas, hombres y mujeres. Uno de los hombres
había dicho que debían llevarle a la comisaría. No recordaba cómo
era el que había manifestado este parecer -ni siquiera ahora podía
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Comentario [L44]: Esta inclinación se
emplea frecuentemente en Rusia como
saludo o para excusarse. Tambiénse utiliza
en la iglesia para posternarse sin poner la
rodilla en el suelo.