Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Ha de partir cuanto antes para Petersburgo y debe aprovechar el
tiempo.
»Al principio, como comprenderás, nos quedamos atónitas, pues
no esperábamos en modo alguno una solicitud de esta índole, y tu
hermana y yo nos pasamos el día reflexionando sobre la cuestión.
Es un hombre digno y bien situado. Presta servicios en dos
departamentos y posee una pequeña fortuna. Verdad es que tiene
ya cuarenta y cinco años, pero su presencia es tan agradable, que
estoy segura de que todavía gusta a las mujeres. Es austero y
sosegado, aunque tal vez un poco altivo. Pero es muy posible que
esto último sea tan sólo una apariencia engañosa.
»Ahora una advertencia, querido Rodia: cuando lo veas en
Petersburgo, cosa que ocurrirá muy pronto, no te precipites a
condenarlo duramente, siguiendo tu costumbre, si ves en él algo
que te disguste. Te digo esto en un exceso de previsión, pues
estoy segura de que producirá en ti una impresión favorable. Por
lo demás, para conocer a una persona, hay que verla y observarla
atentamente durante mucho tiempo, so pena de dejarte llevar de
prejuicios y cometer errores que después no se reparan
fácilmente.
»Todo induce a creer que Piotr Petrovitch es un hombre
respetable a carta cabal. En su primera visita nos dijo que era un
espíritu realista, que compartía en muchos puntos la opinión de
las nuevas generaciones y que detestaba los prejuicios. Habló de
otras muchas cosas, pues parece un poco vanidoso y le gusta que
le escuchen, lo cual no es un crimen, ni mucho menos. Yo,
naturalmente, no comprendí sino una pequeña parte de sus
comentarios, pero Dunia me ha dicho que, aunque su instrucción
es mediana, parece bueno e inteligente. Ya conoces a tu hermana,
Rodia: es una muchacha enérgica, razonable, paciente y
generosa, aunque posee (de esto estoy convencida) un corazón
apasionado. Indudablemente, el motivo de este matrimonio no es,
por ninguna de las dos partes, un gran amor; pero Dunia, además
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