Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Una sorpresa que está detrás de esa puerta... ¡Je, je, je!
Señalaba la puerta cerrada que comunicaba con sus
habitaciones.
-Incluso la he encerrado bajo llave para que no se escape.
-¿Qué demonios se trae usted entre manos?
Raskolnikof se acercó a la puerta y trató de abrirla, pero no le
fue posible.
-Está cerrada con llave y la llave la tengo yo -dijo Porfirio.
Y, en efecto, le mostró una llave que acababa de sacar del
bolsillo.
-No haces más que mentir -gruñó Raskolnikof sin poder
dominarse-. ¡Mientes, mientes, maldito polichinela!
Y se arrojó sobre el juez de instrucción, que retrocedió hasta la
puerta, aunque sin demostrar temor alguno.
-¡Comprendo tu táctica! ¡Lo comprendo todo! -siguió vociferando
Raskolnikof-. Mientes y me insultas para irritarme y que diga lo
que no debo.
-¡Pero si usted no tiene nada que ocultar, mi querido Rodion
Romanovitch! ¿Por qué se excita de ese modo? No grite más o
llamo.
-¡Mientes, mientes! ¡No pasará nada! ¡Ya puedes llamar! Sabes
que estoy enfermo y has pretendido exasperarme, aturdirme,
para que diga lo que no debo. Éste ha sido tu plan. No tienes
pruebas; lo único que tienes son míseras sospechas, conjeturas
tan vagas como las de Zamiotof. Tú conocías mi carácter y me has
sacado de mis casillas para que aparezcan de pronto los popes y
los testigos. ¿Verdad que es éste tu propósito? ¿Qué esperas para
hacerlos entrar? ¿Dónde están? ¡Ea! Diles de una vez que pasen.
-Pero ¿qué dice usted? ¡Qué ideas tiene, amigo mío! No se
pueden seguir las reglas tan ciegamente como usted cree. Usted
no entiende de estas cosas, querido. Las reglas se seguirán en el
momento debido. Ya lo verá por sus propios ojos.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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