CRIMEN Y CASTIGO - FIÓDOR DOSTOYEVSKI | Page 427

Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski -No hace usted más que mentir -repitió resueltamente-. Ignoro lo que persigue con sus mentiras, pero sigue usted mintiendo. No hablaba así hace un momento; por eso no puedo equivocarme... ¡Miente usted! -¿Que miento? -replicó Porfirio, acalorándose visiblemente, pero conservando su acento irónico y jovial y no dando, al parecer, ninguna importancia a la opinión que Raskolnikof tuviera de él-. ¿Cómo puede decir eso sabiendo cómo he procedido con usted? ¡Yo, el juez de instrucción, le he sugerido todos los argumentos psicológicos que podría usted utilizar: la enfermedad, el delirio, el amor propio excitado por el sufrimiento, la neurastenia, y esos policías...! ¡Je, je, je...! Sin embargo, dicho sea de paso, esos medios de defensa no tienen ninguna eficacia. Son armas de dos filos y pueden volverse contra usted. Usted dirá: «La enfermedad, el desvarío, la alucinación... No me acuerdo de nada.» Y le contestarán: «Todo eso está muy bien, amigo mío; pero ¿por qué su enfermedad tiene siempre las mismas consecuencias, por qué le produce precisamente ese tipo de alucinación? » Esta enfermedad podía tener otras manifestaciones, ¿no le parece? ¡Je, je, je! Raskolnikof le miró con despectiva arrogancia. -En resumidas cuentas -dijo firmemente, levantándose y apartando a Porfirio-, yo quiero saber claramente si me puedo considerar o no al margen de toda sospecha. Dígamelo, Porfirio Petrovitch; dígamelo ahora mismo y sin rodeos. -Ahora me sale con una exigencia. ¡Hasta tiene exigencias, Señor! -exclamó Porfirio Petrovitch con perfecta calma y cierto tonillo de burla-. Pero ¿a qué vienen esas preguntas? ¿Acaso sospecha alguien de usted? Se comporta como un niño caprichoso que quiere tocar el fuego. ¿Y por