Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
en ella. Usted debería hacer todo lo posible para que su madre y
su hermana se sintieran dichosas y, por el contrario, sólo les
causa inquietudes...
-Eso no le importa. ¿Cómo se ha enterado usted de estas cosas?
¿Por qué me vigila y qué interés tiene en que yo lo sepa?
-Pero oiga usted, óigame, amigo mío: si sé todo esto es sólo por
usted. Usted no se da cuenta de que, cuando está nervioso, lo
cuenta todo, lo mismo a mí que a los demás. Rasumikhine me ha
contado también muchas cosas interesantes... Cuando usted me
ha interrumpido, iba a decirle que, a pesar de su inteligencia, su
desconfianza le impide ver las cosas como son... Le voy a poner
un ejemplo, volviendo a nuestro asunto. Lo del cordón de la
campanilla es un detalle de valor extraordinario para un juez que
está instruyendo un sumario. Y usted se lo refiere a este juez con
toda franqueza, sin reserva alguna. ¿No deduce usted nada de
esto? Si yo le creyera culpable, ¿habría procedido como lo he
hecho? Por el contrario, habría procurado ahuyentar su
desconfianza, no dejarle entrever que estaba al corriente de este
detalle, para arrojarle al rostro, de súbito, la pregunta siguiente:
«¿Qué hacia usted, entre diez y once, en las habitaciones de las
víctimas? ¿Y por qué tiró del cordón de la campanilla y habló de
las manchas de sangre? ¿Y por qué dijo a los porteros que le
llevaran a la comisaría?» He aquí cómo habría procedido yo si
hubiera abrigado la menor sospecha contra usted: le habría
sometido a un interrogatorio en toda regla. Y habría dispuesto que
se efectuara un registro en la habitación que tiene alquilada, y
habría ordenado que le detuvieran... El hecho de que haya obrado
de otro modo es buena prueba de que no sospecho de usted. Pero
usted ha perdido el sentido de la realidad, lo repito, y es incapaz
de ver nada.
Raskolnikof temblaba de pies a cabeza, y tan violentamente, que
Porfirio Petrovitch no pudo menos de notarlo.
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