Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
ejemplo. Si yo considero a un individuo cualquiera como un
criminal, ¿por qué, dígame, he de inquietarle prematuramente,
incluso en el caso de que tenga pruebas contra él? A algunos me
veo obligado a detenerlos inmediatamente, pero otros son de un
carácter completamente distinto. ¿Por qué no he de dejar a mi
culpable pasearse un poco por la ciudad? ¡Je, je...! Ya veo que
usted no me acaba de comprender. Se lo voy a explicar más
claramente. Si me apresuro a ordenar su detención, le
proporciono un punto de apoyo moral, por decirlo así. ¿Se ríe
usted?
Raskolnikof estaba muy lejos de reírse. Tenía los labios
apretados, y su ardiente mirada no se apartaba de los ojos de
Porfirio Petrovitch.
-Sin embargo -continuó éste-, tengo razón, por lo menos en lo
que concierne a ciertos individuos, pues los hombres son muy
diferentes unos de otros y nuestra única consejera digna de
crédito es la práctica. Pero, desde el momento que tiene usted
pruebas, me dirá usted... ¡Dios mío! Usted sabe muy bien lo que
son las pruebas: tres de cada cuatro son dudosas. Y yo, a la vez
que juez de instrucción, soy un ser humano y en consecuencia,
tengo mis debilidades. Una de ellas es mi deseo de que mis
diligencias tengan el rigor de una demostración matemática.
Quisiera que mis pruebas fueran tan evidentes como que dos y
dos son cuatro, que constituyeran una demostración clara e
indiscutible. Pues bien, si yo ordeno la detención del culpable
antes de tiempo, por muy convencido que esté de su culpa, me
privo de los medios de poder demostrarlo ulteriormente. ¿Por
qué? Porque le proporciono, por decirlo así, una situación normal.
Es un detenido, y como detenido se comporta: se retira a su
caparazón, se me escapa... Se cuenta que en Sebastopol,
inmediatamente después de la batalla de Alma, los defensores
estaban aterrados ante la idea de un ataque del enemigo: no
dudaban de que Sebastopol sería tomado por asalto. Pero cuando
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