Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
vieron cavar las primeras trincheras para comenzar un sitio
normal, se tranquilizaron y se alegraron. Estoy hablando de
personas inteligentes. «Tenemos lo menos para dos meses -se
decían-, pues un asedio normal requiere mucho tiempo.» ¿Otra
vez se ríe usted? ¿No me cree? En el fondo, tiene usted razón; sí,
tiene usted razón. Éstos no son sino casos particulares. Estoy
completamente de acuerdo con usted en que acabo de exponerle
un caso particular. Pero hay que hacer una observación sobre este
punto, mi querido Rodion Romanovitch, y es que el caso general
que responde a todas las formas y fórmulas jurídicas; el caso
típico para el cual se han concebido y escrito las reglas, no existe,
por la sencilla razón de que cada causa, cada crimen, apenas
realizado, se convierte en un caso particular, ¡y cuán especial a
veces!: un caso distinto a todos los otros conocidos y que, al
parecer, no tiene ningún precedente.
»Algunos resultan hasta cómicos. Supongamos que yo dejo a
uno de esos señores en libertad. No lo mando detener, no lo
molesto para nada. Él debe saber, o por lo menos suponer, que en
todo momento, hora por hora, minuto por minuto, yo estoy al
corriente de lo que hace, que conozco perfectamente su vida, que
le vigilo día y noche. Le sigo por todas partes y sin descanso, y
puede estar usted seguro de que, por poco que él se dé cuenta de
ello, acaba ,: