Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Quiero decirle una cosa, mi querido Rodion Romanovitch; una
cosa que le ayudará a comprender mi carácter -continuó Porfirio
Petrovitch, sin cesar de dar vueltas por la habitación, pero
procurando no cruzar su mirada con la de Raskolnikof-. Yo soy, ya
lo ve usted, un solterón, un hombre nada mundano, desconocido
y, por añadidura, acabado, embotado, y... y... ¿ha observado
usted, Rodion Romanovitch, que aquí en Rusia, y sobre todo en
los círculos petersburgueses, cuando se encuentran dos hombres
inteligentes que no se conocen bien todavía, pero que se aprecian
mutuamente, están lo menos media hora sin saber qué decirse?
Permanecen petrificados y confusos el uno frente al otro. Ciertas
personas tienen siempre algo de que hablar. Las damas, la gente
de mundo, la de alta sociedad, tienen siempre un tema de
conversación, c'est de rigueur; pero las personas de la clase
media, como nosotros, son tímidas y taciturnas... Me refiero a los
que son capaces de pensar... ¿Cómo se explica usted esto, amigo
mío? ¿Es que no tenemos el debido interés por las cuestiones
sociales? No, no es esto. Entonces, ¿es por un exceso de
honestidad, porque somos demasiado leales y no queremos
engañarnos unos a otros...? No lo sé. ¿Usted qué opina...? Pero
deje la gorra. Parece que esté usted a punto de marcharse, y esto
me contraría, se lo aseguro, pues, en contra de lo que usted cree,
estoy encantado...
Raskolnikof dejó la gorra, pero sin romper su mutismo. Con el
entrecejo fruncido, escuchaba atentamente la palabrería
deshilvanada de Porfirio Petrovitch.
« Dice todas estas cosas afectadas y ridículas para distraer mi
atención.»
-No le ofrezco café -prosiguió el infatigable Porfirio- porque el
lugar no me parece adecuado... El servicio le llena a uno de
obligaciones... Pero podemos pasar cinco minutos en amistosa
compañía y distraernos un poco... No se moleste, mi querido
amigo, por mi continuo ir y venir. Excúseme. Temo enojarle, pero
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 411