Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Sonia abrió el libro y buscó la página. Le temblaban las manos y
la voz no le salía de la garganta. Intentó empezar dos o tres
veces, pero no pronunció ni una sola palabra.
-«Había en Betania un hombre llamado Lázaro, que estaba
enfermo...», articuló al fin, haciendo un gran esfuerzo.
Pero inmediatamente su voz vibró y se quebró como una cuerda
demasiado tensa. Sintió que a su oprimido pecho le faltaba el
aliento. Raskolnikof comprendía en parte por qué se resistía Sonia
a obedecerle, pero esta comprensión no impedía que se mostrara
cada vez más apremiante y grosero. De sobra se daba cuenta del
trabajo que le costaba a la pobre muchacha mostrarle su mundo
interior. Comprendía que aquellos sentimientos eran su gran
secreto, un secreto que tal vez guardaba desde su adolescencia,
desde la época en que vivía con su familia, con su infortunado
padre, con aquella madrastra que se había vuelto loca a fuerza de
sufrir, entre niños hambrientos y oyendo a todas horas gritos y
reproches. Pero, al mismo tiempo, tenía la seguridad de que
Sonia, a pesar de su repugnancia, de su temor a leer, sentía un
ávido, un doloroso deseo de leerle a él en aquel momento, sin
importarle lo que después pudiera ocurrir... Leía todo esto en los
ojos de Sonia y comprendía la emoción que la trastornaba... Sin
embargo, Sonia se dominó, deshizo el nudo que tenía en la
garganta y continuó leyendo el capítulo 11 del Evangelio según
San Juan. Y llegó al versículo 19.
-« ... Y gran número de judíos habían acudido a ver a Marta y a
María para consolarlas de la muerte de su hermano. Habiéndose
enterado de la llegada de Jesús, Marta fue a su encuentro,
mientras María se quedaba en casa. Marta dijo a Jesús: Señor, si
hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto; pero ahora
yo sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará...»
Al llegar a este punto, Sonia se detuvo para sobreponerse a la
emoción que amenazaba ahogar su voz.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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