Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-«Jesús le dijo: tu hermano resucitará. Marta le respondió: Yo sé
que resucitará el día de la resurrección de los muertos. Jesús le
dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, si está
muerto, resucitará, y todo el que vive y cree en mí, no morirá
eternamente. ¿Crees esto? Y ella dice...»
Sonia tomó aliento penosamente y leyó con energía, como si
fuera ella la que hacía públicamente su profesión de fe:
-«... Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que
has venido al mundo...»
Sonia se detuvo, levantó momentáneamente los ojos hacia
Raskolnikof y después continuó la lectura. El joven, acodado en la
mesa, escuchaba sin moverse y sin mirar a Sonia. La lectora llegó
al versículo 32.
-« ... Cuando María llegó al lugar donde estaba Cristo y lo vio,
cayó a sus pies y le dijo: Señor, si hubieras estado aquí, mi
hermano no habría muerto. Y cuando Jesús vio que lloraba y que
los judíos que iban con ella lloraban igualmente, se entristeció, se
conmovió su espíritu y dijo: ¿Dónde lo pusisteis? Le respondieron:
Señor, ven y mira. Entonces Jesús lloró y dijeron los judíos: Ved
cómo le amaba. Y algunos de ellos dijeron: El que abrió los ojos al
ciego, ¿no podía hacer que este hombre no muriera?...»
Raskolnikof se volvió hacia Sonia y la miró con emoción. Sí, era
lo que él había sospechado. La joven temblaba febrilmente, como
él había previsto. Se acercaba al momento del milagro y un
sentimiento de triunfo se había apoderado de ella. Su voz había
cobrado una sonoridad metálica y una firmeza nacida de aquella
alegría y de aquella sensación de triunfo. Las líneas se
entremezclaban ante sus velados ojos, pero ella podía seguir
leyendo porque se dejaba llevar de su corazón. Al leer el último
versículo -« El que abrió los ojos al ciego...»-, Sonia bajó la voz
para expresar con apasionado acento la duda, la reprobación y los
reproches de aquellos ciegos judíos que un momento después iban
a caer de rodillas, como fulminados por el rayo, y a creer,
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