Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
apariencia? ¿Puede estar en su juicio? ¿Puede una persona hablar
como habla ella sin estar loca? ¿Puede una mujer conservar la
calma sabiendo que va a su perdición, y asomarse a ese abismo
pestilente sin hacer caso cuando se habla del peligro? ¿No
esperará un milagro...? Sí, seguramente. Y todo esto, ¿no son
pruebas de enajenación mental?»
Se aferró obstinadamente a esta última idea. Esta solución le
complacía más que ninguna otra. Empezó a examinar a Sonia
atentamente.
-¿Rezas mucho, Sonia? -le preguntó.
La muchacha guardó silencio. Él, de pie a su lado, esperaba una
respuesta.
-¿Qué habría sido de mí sin la ayuda de Dios?
Había dicho esto en un rápido susurro. Al mismo tiempo, lo miró
con ojos fulgurantes y le apretó la mano.
«No me he equivocado», se dijo Raskolnikof.
-Pero ¿qué hace Dios por ti? -siguió preguntando el joven.
Sonia permaneció en silencio un buen rato. Parecía incapaz de
responder. La emoción henchía su frágil pecho.
-¡Calle! No me pregunte. Usted no tiene derecho a hablar de
estas cosas -exclamó de pronto, mirándole, severa e indignada.
«Es lo que he pensado, es lo que he pensado», se decía
Raskolnikof.
-Dios todo lo puede -dijo Sonia, bajando de nuevo los
«Esto lo explica todo», pensó Raskolnikof. Y siguió observándola
con ávida curiosidad.
Experimentaba una sensación extraña, casi enfermiza, mientras
contemplaba aquella carita pálida, enjuta, de facciones irregulares
y angulosas; aquellos ojos azules capaces de emitir verdaderas
llamaradas y de expresar una pasión tan austera y vehemente;
aquel cuerpecillo que temblaba de indignación. Todo esto le
parecía cada vez más extraño, más ajeno a la realidad.
«Está loca, está loca», se repetía.
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