Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Su padre me lo contó todo... Por él supe lo que le ocurrió a
usted... Me explicó que usted salió de casa a las seis y no volvió
hasta las nueve, y que Catalina Ivanovna pasó la noche
arrodillada junto a su lecho.
Sonia se turbó.
-Me parece -murmuró, vacilando- que hoy lo he visto.
-¿A quién?
-A mi padre. Yo iba por la calle y, al doblar una esquina cerca de
aquí, lo he visto de pronto. Me pareció que venía hacia mí. Estoy
segura de que era él. Yo me dirigía a casa de Catalina Ivanovna...
-No, usted iba... paseando.
-Sí -murmuró Sonia con voz entrecortada. Y bajó los ojos llenos
de turbación.
-Catalina Ivanovna llegó incluso a pegarle cuando usted vivía con
sus padres, ¿verdad?
-¡Oh no! ¿Quién se lo ha dicho? ¡No, no; de ningún modo!
Y al decir esto Sonia miraba a Raskolnikof como sobrecogida de
espanto.
-Ya veo que la quiere usted.
-¡Claro que la quiero! -exclamó Sonia con voz quejumbrosa y
alzando de pronto las manos con un gesto de sufrimiento-. Usted
no la... ¡Ah, si usted supiera...! Es como una niña... Está
trastornada por el dolor... Es inteligente y noble... y buena...
Usted no sabe nada... nada...
Sonia hablaba con acento desgarrador. Una profunda agitación la
dominaba. Gemía, se retorcía las manos. Sus pálidas mejillas se
habían teñido de rojo y sus ojos expresaban un profundo
sufrimiento. Era evidente que Raskolnikof acababa de tocar un
punto sensible en su corazón. Sonia experimentaba una ardiente
necesidad de explicar ciertas cosas, de defender a su madrastra.
De súbito, su semblante expresó una compasión «insaciable», por
decirlo así.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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