Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Alzó hacia ella su mirada pensativa y entonces advirtió que él
estaba sentado y Sonia de pie.
-¿Por qué está de pie? Siéntese -le dijo, dando de pronto a su
voz un tono bajo y dulce.
Ella se sentó. Él la miró con un gesto bondadoso, casi compasivo.
-¡Qué delgada está usted! Sus manos casi se transparentan.
Parecen las manos de un muerto.
Se apoderó de una de aquellas manos, y ella sonrió.
-Siempre he sido así -dijo Sonia.
-¿Incluso cuando vivía en casa de sus padres?
-Sí.
-¡Claro, claro! -dijo Raskolnikof con voz entrecortada. Tanto en
su acento como en la expresión de su rostro se había operado
súbitamente un nuevo cambio.
Volvió a pasear su mirada por la habitación.
-Tiene usted alquilada esta pieza a Kapernaumof, ¿verdad?
-Sí.
-Y ellos viven detrás de esa puerta, ¿no?
-Sí; tienen una habitación parecida a ésta.
-¿Sólo una para toda la familia?
-Sí.
-A mí, esta habitación me daría miedo -dijo Rodia con expresión
sombría.
-Los Kapernaumof son buenas personas, gente amable -dijo
Sonia, dando muestras de no haber recobrado aún su presencia
de ánimo-. Y estos muebles, y todo lo que hay aquí, es de ellos.
Son muy buenos. Los niños vienen a verme con frecuencia.
-Son tartamudos, ¿verdad?
-Sí, pero no todos. El padre es tartamudo y, además, cojo. La
madre... no es que tartamudee, pero tiene dificultad para hablar.
Es muy buena. Él era esclavo. Tienen siete hijos. Sólo el mayor es
tartamudo. Los demás tienen poca salud, pero no tartamudean...
Ahora que caigo, ¿cómo se ha enterado usted de estas cosas?
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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